viernes, 21 de marzo de 2014

Calidad de la docencia y producción investigadora

¿Se puede ser un buen docente universitario sin ser un activo investigador o dedicarse activamente a la investigación reduce la atención a la docencia y convierte a estos profesores en peores docentes que sus compañeros que se dedican exclusivamente a preparar y dictar sus clases?

A partir de las evaluaciones que los alumnos de la Law School de la Universidad de Chicago hacen de sus profesores y cruzando esos datos con las características de éstos (si publican mucho o poco, si tienen un doctorado en una materia distinta de Derecho), los autores de este estudio llegan a algunos resultados interesantes.

El primero es que no hay una relación negativa entre el volumen de la producción académica y la cantidad o la calidad de la docencia de un profesor, que sería lo intuitivo si pensamos que el tiempo dedicado a publicar no se dedica a los alumnos y a preparar las clases. “Por el contrario, la producción académica parece aumentar conforme se incrementa la experiencia docente en muchos contextos, aunque las relaciones no son estadísticamente significativas”. Y, en general,se aprecia una “correlación entre publicaciones de calidad y mejor consideración del profesor por sus alumnos”. Además, parece que, en función del tipo de curso (seminarios, clases magistrales, trabajos dirigidos), la evaluación de la calidad varía notablemente en relación con el volumen de publicaciones del profesor. Es decir, que los alumnos aprecian más al profesor – investigador en los seminarios y cursos avanzados u optativos que en las asignaturas básicas y en las lecciones magistrales. Tampoco parece que los profesores con un doctorado en materias distintas del Derecho resulten especialmente minusvalorados por los alumnos. Es también intuitivo que los profesores con más experiencia reciban mejores valoraciones (el top, se alcanza en la cuarentena).

Mi intuición es que un gran profesor que no haya publicado nada o casi nada es una rara avis. Por dos razones. En primer lugar, por un fenómeno de autoselección. Los que eligen la carrera de profesor universitario lo hacen – o deberían hacerlo – porque les gusta estudiar y no les disgusta dar clase. Cuando a uno le gusta mucho dar clase y menos escribir y estudiar, lo suyo es que elija la educación no universitaria para trabajar. Sucede, sin embargo, que en España, la mitad del cuerpo de profesores de la Universidad son profesores de formación profesional (Turismo, Enfermería, Magisterio, Relaciones Laborales, Trabajo Social, Empresariales, Odontología, Óptica, Alimentación, Biblioteconomía, Traducción, Criminología, Protocolo y la mayoría de las ingenierías que eran carreras de grado medio para formar “peritos” …), de modo que este razonamiento no sería aplicable. En los estudios universitarios clásicos, es poco concebible que alguien explique un curso más o menos específico sobre una materia y no acabe publicando sobre esos temas o, al revés, que no acabe dando seminarios y lecciones dentro de los cursos generales sobre los temas que son objeto de sus publicaciones. De manera que, la relación entre docencia e investigación es complementaria y no sustitutiva o se vuelve así conforme avanza la carrera universitaria del profesor. Por muy buen “locutor” que sea uno, las clases que mejor te salen – y que los alumnos aprecian – son aquellas sobre cuyos temas has publicado y, al revés, son las que necesitan menor preparación.

Pero, además, , el problema es que la carrera profesional obliga a publicar, por lo que los alumnos, una vez que los asociados-de-verdad (profesionales que dan clase en las Universidades) han desaparecido prácticamente por la estabilización de las plantillas, no tienen muchas oportunidades de enfrentarse a profesores excelentes que no hayan publicado significativamente cuando tienen cuarenta y pico años.

En lo que si puede haber cierta relación de sustitución y no de complementariedad es en relación con las tareas asociadas a la docencia (corrección de trabajos, preparación de materiales para las clases, seguimiento de los alumnos, realización y corrección de exámenes…).  Si los alumnos atribuyen valor – a efectos de puntuar a sus profesores – a estas actividades complementarias, lo que parece lógico, es probable que los profesores más dedicados a la investigación obtengan peores evaluaciones. Simplemente, es el coste de oportunidad de realizar esas tareas cuando estás metido en la redacción de algún trabajo que absorbe tu interés. De ahí que el mejor de los mundos posibles es el del professor alemán o norteamericano que no sólo cobra entre 2 y 5 veces más que un catedrático español, sino que disfruta de la ayuda de assistants que le liberan de las tareas (más) ingratas de la docencia.

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1 comentario:

Miguel Iribarren dijo...

Interesante estudio.
Coincide básicamente con lo que siempre he pensado. Cuanto mejor investigador se es, de mayor calidad es la docencia que se imparte y por eso me parece lógico que los alumnos lo aprecien así. Ahora bien, me pregunto qué ocurriría si se hiciera el mismo estudio entre los alumnos de una universidad española; tengo dudas de que los resultados coincidieran. Seguramente serían similares si la encuesta se limitase a los mejores estudiantes, pero en caso contrario me temo que en la valoración de los profesores pesarían bastante factores como la escasa exigencia o la facilidad para aprobar. Ojalá me equivocase.

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